De la procrastinación a la intención

En muchas ocasiones, tenemos una obligación, o una acción que hacer, pero por algún motivo tendemos a demorar la intención de realizar dicha tarea, por diferentes motivos. La demora nos va a generar sensaciones de malestar y ansiedad.

Las sensaciones de malestar crean un círculo vicioso que van generando una conducta evitativa de la acción a realizar, y por tanto un aumento de la tensión y el malestar emocional.
Es importante saber diferenciar entre procrastinar y postergar. Cuando postergamos, estamos aplazando la ejecución de una tarea, con el fin de priorizar otra que o bien es más importante o más productiva. Sin embargo, la procrastinación está relacionada con la intención.

Cuando hablamos de procrastinación, tenemos que tener en cuenta dos variables, el malestar psicológico que se genera debido al aplazamiento, y el marco temporal. Las personas con más tendencia a procrastinar, suelen estar muy orientadas al presente y poco al futuro. Cuando enfrentarme a una tarea me genera estrés, aplazarla me produce un alivio inmediato, y poco real, que me impide ver la ansiedad acumulada en el futuro.
Otro factor a tener en cuenta, como ya hemos comentado en diferentes ocasiones, es la mala gestión de las redes sociales. La falta de autorregulación, junto con una mala estimación temporal de las personas procrastinadoras, hace que les resulte más apetecible engancharse a las redes sociales, puesto que es una actividad gratificante y orientada al presente, demorando las tareas que son importantes.

La procrastinación se puede dar por indecisión, o por evitación, todos podemos hacerlo en un momento dado, aunque existen rasgos de personalidad predisponentes. Las personas que presentan más tendencia a demorar las acciones pueden presentar un bajo control de los impulsos, ser poco persistentes, mostrar poca eficacia para la gestión del tiempo o dificultad para ser metódicos.

A pesar de los factores de personalidad, existen mecanismos cognitivos que afectan a la regulación de la intención. La intención nos permite dirigir de forma consciente nuestra acción a un objetivo, para ello el cerebro activa una serie de mecanismos, sin embargo, se ha comprobado que mientras estamos realizando la intención, se activan mecanismos involuntarios que boicotean la ejecución de la misma. (Nazareth Castellanos).
Se ha comprobado que, a mayor dificultad de la tarea, se activan con mayor intensidad los mecanismos involuntarios. Sin embargo, en tareas sencillas tenemos más control sobre la acción. Cuando se activan los mecanismos involuntarios, el cerebro presenta escasa capacidad de autorregulación. La activación de los mecanismos involuntarios sería la base de la procrastinación. En personas con peor capacidad de autorregulación, la dirección de la intención es más difícil, y al final demorar es la solución más inmediata.

Mantener la intención, genera una dinámica neuronal más estructurada.

Cuando vivimos una situación de ansiedad acumulada, porque estamos dejando de enfrentarnos a situaciones que necesitan ser resueltas, es porque estamos procrastinando, y el primer paso para resolverlo, es, sobre todo, ser capaces de reconocernos a nosotros mismos que lo estamos haciendo, es muy fácil emplear mecanismos de justificación y de disonancia cognitiva. Una vez reconocido, podemos entrenar la intención, a través de técnicas como la meditación. Conseguir un mayor control consciente de la dinámica cerebral a través de establecer metas que nos acercan a la resolución de la acción permite establecer un bloqueo a esos mecanismos involuntarios.
Aprender a dejar de procrastinar es tomar el control de la intención, y ser más conscientes de nuestro sistema de respuestas.

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