En ocasiones ante molestias, dolores o padecimientos, nos tranquiliza mucho más un diagnóstico, que conlleva una cierta tranquilidad asociada como mínimo a algún potingue medicamentoso que nos cure o al menos a una explicación, que aunque no entendamos, permita que nuestra mente se calme en alguna medida. Si lo entendemos aún nos podemos llegar a sentir mejor.
Ahora bien, si ante esas molestias, dolores o padecimientos, alguien o algo nos apunta a la posibilidad de que sea estrés, nos revelamos poderosamente usando todo tipo de justificaciones que desacrediten esa hipótesis:
- sé perfectamente de dónde me viene esta molestia, fue aquella vez hace años que me hice daño y ya me dijeron que me pasaría factura.
- No me encuentran nada y lo utilizan esto del estrés como un recurso para todo.
- En realidad es imposible porque yo me gestiono bien en este sentido.
- Ni que me lo estuviera provocando yo.
Todo aquello que conlleve la posibilidad de que me lo esté provocando a mí mismo choca frontalmente con la sensación negativa que creemos que va a desencadenar también en la opinión de los demás.
Y la verdad es que así no vamos bien porque:
– precisamente es una oportunidad poner en valor el reconocimiento de que quizá yo esté haciendo algo equivocado o nocivo para mí misma.
– Es mucho más beneficioso estar involucrado en algo que me está afectando porque automáticamente también estaré involucrado en la solución.
– Las justificaciones generan más resistencias aún para trabajar activamente frente a nuestro estrés.
Es importante entender que nuestro Organismo es activo por naturaleza, las células, los tejidos, el sistema inmune, nuestra capacidad de adaptación, etc. por lo tanto en la gestión de nuestro estrés solo cabe pensar que esa proactividad también nos conducirá al éxito y a la recuperación.