Un día vas por la vida y te pasa algo que te pone las pulsaciones a cien. Esto nos pasará unos cientos de veces en nuestra existencia.
Un día recuerdas algo que ocurrió o que ocurrió a otros y te sientes noqueada. Igual que la vez anterior o que cuando lo supiste.
Estímulos que tienen la capacidad de alterar nuestra estabilidad los hay por millones de igual forma que de manera personal tenemos, sin excepción, mecanismos que responden de la forma más adaptativa posible, al menos en teoría, pues al ser mecanismos un tanto precarios pueden bloquear al sistema y no servir para mucho. Pero así estamos configurados. Con todas las diferencias individuales que has de conocer para tener mayor manejo y control de ti misma.
Cómo se altera tu ritmo cardíaco, tu respiración, cómo se disparan tus pensamientos hasta el artazgo, como se te reseca la boca…
La buena noticia es que aunque no manejes demasiado bien tus sistemas de regulación, estas respuestas no persistirán en el tiempo porque en principio son agudas, inesperadas y contextualizadas a un momento dado en el que aparecen ante esos estímulos supuestamente estresantes.
Pero qué pasa con ese estrés que quizá se nota menos, es menos abrupto, permite seguir en una aparente normalidad. Podemos decir que este sí que requiere atención especial porque puede que estés conviviendo con él casi sin darte cuenta, normalizando incluso sus señales.
Que aunque quizá no se nota, está, que aunque no sea tan intenso, está afectando a otras zonas vitales y funcionamiento de órganos corporales que te pueden llevar a un deterioro progresivo.
En ocasiones tienes dentro en marcha ese proceso de estrés dentro funcionando. No esperes más, desenmascáralo y hazle frente cuando antes. Este sí que necesita tu actuación certera.